Es importante comprender que el empleo de
plaguicidas conduce, inevitablemente, a una dependencia del producto
y la contaminación del ambiente, cuya magnitud e impacto dependerán
de las circunstancias dadas. En el caso de los países en desarrollo,
la contaminación y los peligros inherentes, tanto para el usuario
como para el ambiente y el consumidor de los cultivos a los cuales
se aplican estos productos, son más críticos que en los países
industrializados, porque en los primeros se presentan, con
frecuencia, una o varias de las situaciones descritas a
continuación:
a)
Condiciones de trabajo deficientes, en las cuales es común observar
personas sin equipo de protección en plantaciones recién aplicadas,
o peor aún, durante la aplicación, mientras realizan simultáneamente
labores como podas, fertilización y cosecha, entre otras. En
ocasiones, se asperjan los zapatos de los trabajadores y los
vehículos en que son transportados a los lugares de trabajo, dentro
de la plantación. Con la expansión de la globalización se acelera la
concentración de las tierras productivas en manos de unos pocos y
como resultado se provoca un aumento significativo de las áreas
sembradas bajo la modalidad de monocultivo. Esto conlleva a un mayor
uso de plaguicidas y al incremento en la frecuencia de las
situaciones descritas (URUGUAY... 1998, Cole et al. 1988a y
b, Crissman et al. 1994, Díaz y Lamoth 1998, FASE 1996, OIT
1994, Reyes-Boquiren y Regpala 1995).
b)
Preparación y aplicación de mezclas empíricas, de productos no
recomendados, e inclusive, de aquellos autorizados pero empleando
dosis mayores y más frecuentes a las especificadas, irrespetando los
períodos de no aplicación, con el propósito de asegurar la cosecha,
porque el precio del cultivo lo paga, ahorrar tiempo, o bien, por la
suposición de que las mezclas de plaguicidas son más eficaces
(Bonilla 1998, Crissman et al. 1994, Grandstaff y Songsakul
citados por Jungbluth 1996, Hernández 1988, Reyes-Boquiren y Regpala
1995, García 1997). En ocasiones, los plaguicidas se mezclan con los
fertilizantes y son aplicados sin guantes o con unos en mal estado
(McConnell y Hruska 1993).
c)
Falta de atención médica oportuna y adecuada en la mayoría de las
zonas rurales, así como la lejanía de los centros de salud de los
lugares de trabajo y transporte lento, impide la atención médica
rápida en caso de intoxicaciones graves. Además, en muchos de los
países en desarrollo no existe un sistema de seguridad social o
sistemas de seguro médico accesible para los agricultores (El Sebae
1993, Díaz y Lamoth 1998, OIT 1994 1993).
d)
Condiciones higiénicas insuficientes unidas a la
carencia de agua limpia, en muchos de los lugares donde se manipulan
plaguicidas. Además, las condiciones de alojamiento de personas, en
ocasiones son inadecuadas llegando a menudo a condiciones de
aglomeración excesiva e insalubre (MILES DE... 1996, Bull 1989, FASE
1996, OIT 1994, Thrupp 1990).
e)
Salud precaria de los trabajadores, relacionada a menudo con
períodos de descanso insuficientes, así como a problemas de
desnutrición, alcoholismo y en algunos casos, consumo de drogas.
Todo esto aumenta la acción tóxica de los plaguicidas sobre los
usuarios (Bull 1989, Christakis et al. 1982, Collins y Lear
1995, FASE 1996, García 1997, OIT 1993, Thrupp 1990, Viswanathan y
Misra 1989).
f) Alto
grado de analfabetismo, ignorancia e imprudencia, especialmente en
las zonas rurales, donde son más utilizados estos productos (Bull
1989, Deutsche UNESCO-Kommission 1998, Dreyer et al. s.f., El
Sebae 1993, Jenkins 1995, Knirsch 1993, OIT 1993, Whitaker 1993).
Popper et al. (1996) en un estudio realizado en pequeños
poblados rurales de Guatemala, observaron que algunos caficultores
aplicaban con frecuencia insecticidas para controlar hongos, e
incluso, que las mujeres utilizaban los mismos productos para
eliminar plagas domésticas, como piojos en los niños.
Es importante enfatizar que no es suficiente leer y
escribir en forma elemental para comprender el contenido de las
etiquetas y los pocos boletines informativos sobre plaguicidas. La
CEPAL señala que la mayoría de los jóvenes que ingresan al mercado
laboral no han completado la enseñanza media y, entre los egresados,
muchos lo hacen en sistemas de baja calidad. Por su lado, la OIT
informa que el 50% de los menores trabajadores en Guatemala,
Honduras y El Salvador y el 75% en Costa Rica abandonaron los
estudios o nunca los iniciaron. En todos los países centroamericanos
la deserción y el analfabetismo entre los niños trabajadores es 4 -
5 veces mayor que entre los no trabajadores (Gamboa y Cartagena
1996).
En muchas de las fincas extensas, a los encargados
de realizar las aplicaciones de plaguicidas no se les proporciona la
información al respecto, porque no está disponible o porque no se
considera necesario.
g) Poca
o ninguna disponibilidad de equipos de aplicación y protección
personal apropiados, ni repuestos, así como material informativo. Lo
mismo ocurre con las oportunidades de capacitación y las señales de
advertencia y precaución que deben estar en el campo y en los
lugares de producción, formulación, reempaque, almacenamiento y
venta de estos productos, como rotulaciones de advertencia, botiquín
de primeros auxilios y extintores entre otros (D & E 1998, Díaz
y Lamoth 1998, Dreyer et al. s.f., Knirsch 1993). Por
ejemplo, la OIT informó que en Malasia en una ocasión se emplearon
pulverizadores de mochila defectuosos, demasiado voluminosos y con
dos lanzas cortas, que a menudo tenían pérdidas. Este es uno de los
factores que provocaron graves exposiciones a plaguicidas; también
menciona la dificultad de conseguir equipos adecuados de protección
personal en Filipinas (OIT 1994 y 1993). A esta situación debe
añadirse la falta de recursos económicos para la compra y el
mantenimiento de los equipos de aplicación y de protección personal,
así como para el almacenamiento adecuado de estos y de los envases
de plaguicidas (Bull 1989, Cole et al. 1998, Knirsch 1993,
OIT 1993, Thrupp 1990; varios autores citados por FASE 1996). La
aplicación de los plaguicidas con equipos en mal estado y sin
protección, así como el almacenamiento de los plaguicidas dentro de
las viviendas aumenta el grado de exposición a estos productos.
h)
Políticas gubernamentales y privadas predisponen a los productores,
a abusar del uso de estos productos (Knirsch 1993). Una de estas
políticas son los subsidios a los plaguicidas. Al respecto, varios
estudios han demostrado que la disponibilidad de estos productos a
precios relativamente bajos predisponen a algunos agricultores a
sobreutilizarlos con el fin de "asegurar la cosecha", abandonando
las prácticas agronómicas eficaces y más sostenibles (Hernández
1988, McConnell y Hruska 1993, Repetto 1985). En Indonesia, el uso
de plaguicidas aumentó 76% entre 1979 y 1985, como consecuencia del
subsidio a estos productos. Al respecto, Repetto (1985) destaca
cinco tipos de subvenciones: 1. Exenciones parciales o totales de
impuestos de importación, ventas u otros. 2. Importaciones donadas o
subsidiadas por agencias de cooperación internacional. 3. Crédito
preferencial, donde la casa importadora o el agricultor reciben
créditos con plazos mayores o tasas de interés menores a las del
mercado. 4. Tipo de cambio preferencial, donde la casa importadora
recibe divisas para la compra de plaguicidas a un tipo inferior que
el del mercado. 5. Ventas directas a los agricultores por medio de
agencias gubernamentales a precios subsidiados.
Otro ejemplo, es la introducción, formulación y
producción masiva de plaguicidas en China en los últimos años. En
este país la mayoría de las compañías transnacionales de productos
químicos están estableciendo fábricas y realizando campañas
agresivas de mercadeo. Aquí, se supone que las fábricas mismas hacen
la divulgación del Manejo Integrado de Plagas (MIP), pero la mayoría
de los extensionistas tienen que obtener, por lo menos 30% de su
salario y la mayor parte de su presupuesto de operaciones del
"mercado libre", lo que generalmente significa vender plaguicidas
(Zhang, U.J. citado por Williamson 1995).
i)
Falta de fiscalización eficiente. En algunos casos el Estado y los
colegios profesionales, encargados de esta tarea no tienen la
capacidad de realizar eficientemente las funciones de fiscalización
requeridas en esta materia. Esta situación se ha agravado en los
últimos años en los países en desarrollo, donde las políticas de
globalización han mermado el personal encargado de estas labores
porque no se consideran prioritarias. Además, es importante
reconocer las limitaciones que enfrentan los fiscalizadores cuando
intentan hacer eficaz su control, considerando la realidad en que
viven: bajos salarios, falta de estímulos, carencia de recursos
humanos y económicos, capacitación nula o deficiente, sin mayor
experiencia y con equipamiento e información limitados (Bull 1989,
CEPPI 1993, D & E 1998, Díaz y Lamoth 1998, Dinham 1995, 1993,
El Sebae 1993, González et al. 1995, Ibarra 1990, Jungbluth
1996, McConnell 1988, OIT 1994, Reiche et al. 1998, Rogg
1998, Seefoó 1998, 1997, Thiam 1995, Thrupp 1990, Widjanarka et
al. 1995). Al respecto, una investigación de la FAO revela que
84 países en desarrollo no cuentan con los recursos necesarios para
controlar la situación de los plaguicidas potencialmente peligrosos
dentro de sus fronteras (García 1997). Por tanto, en algunos países
se presentan situaciones de sobornos, o la aplicación de la cultura
"del pobrecito", donde los encargados de las labores de
fiscalización obvian situaciones que infringen las normas
establecidas en materia de uso de plaguicidas, o bien, porque estos
no sienten un respaldo de sus superiores ante posibles amenazas de
denuncias legales (Fernández y Chaves 1988, García 1997, Rogg 1998
1997, Thomen 1990). En el caso de la corrupción, lo más crítico es
que suele quedar impune, no solo por la incapacidad de las
instituciones judiciales para juzgar a los culpables, sino también
porque la sociedad se ha acostumbrado a no percibirla como delito
(Jiménez citado por Zamora 1998). A esto hay que agregar la demora y
la falta de coordinación entre las instancias gubernamentales y
privadas que tienen injerencia con este tema, tanto en cuanto a los
controles como en la elaboración y ejecución de políticas más
acordes con los tiempos actuales en esta materia (García 1997,
Reiche et al. 1998, Widjanarka et al. 1995).
j)
Deficiente o nula reglamentación en algunas áreas,
por ejemplo, lo que concierne a los equipos de protección personal y
al manejo de desechos de plaguicidas (sobrantes, envases, empaques),
así como en lo relativo a la aplicación de plaguicidas de uso
doméstico. También se debe reconocer que en muchos de los países en
desarrollo, el tipo de ordenamiento jurídico actual es deficiente
porque intenta regular el problema con la creación de disposiciones
desordenadas, imprecisas en algunos casos, anticonstitucionales, con
penalizaciones débiles, mal concebidas y carentes de sentido como
instrumentos reparadores del daño causado (Bull 1989, Castro 1997, D
& E 1998, Díaz y Lamoth 1998, Dreyer et al. s.f., El
Sebae 1993, Fernández y Chaves 1988, Herrera 1990, Jenkins 1995,
Knirsch 1993, OIT 1993, Thiam 1995).
k)
Interés económico, falta de concientización o ignorancia, de los
diferentes sectores involucrados con estos productos (agricultores,
patrones, educadores, capataces, supervisores, médicos, agrónomos,
comercializadores, políticos, entre otros) en relación con la
importancia de este tema (Díaz y Lamoth 1998, García 1997, OIT 1993,
OMS 1992, Thrupp 1991). Esta problemática puede deberse a causas
como avaricia, ética profesional, educación deficiente, falta de
oportunidades de capacitación, negligencia, pocos materiales
informativos o de calidad deficiente o preparados para otras
realidades o condiciones, tiempo limitado, falta de recursos
económicos para continuar educando. Es importante señalar que parte
del sector patronal no tiene una conciencia clara de que los gastos
derivados de la aplicación de medidas de manejo adecuado de estos
productos son en realidad una inversión, y no costos adicionales
innecesarios.
Por otra parte, los involucrados en la venta de
estos productos a menudo son personas que no poseen conocimientos
necesarios en la materia, pues en algunos países en desarrollo los
plaguicidas pueden ser vendidos por personas sin la preparación
suficiente en la materia (Gomero 1994).
l)
Estrategias de venta engañosas y poco éticas, por parte de algunas
empresas involucradas en la comercialización de estos productos
(Bull 1989, Dinham 1995, García 1997, Martínez 1998, Selcraig
1991).
Anuncios en diferentes medios que informan aspectos
sobre productos y sus beneficios con afirmaciones poco reales.
El interés creciente por los productos de origen
natural, ha provocado que se registren algunos nombres comerciales
de los plaguicidas sintéticos con nombres que inducen al comprador a
creer que son productos naturales. Para ello se utilizan prefijos
como BIO-, ECO- y ECHO-. En Costa Rica, por ejemplo, existen más de
dos decenas de plaguicidas sintéticos con nombres comerciales que
comienzan con alguno de estos prefijos.
m)
Mayor utilización de productos de reconocida peligrosidad,
restringidos o prohibidos en los países donde son fabricadas
(Bejarano 1995, COTESU-PROFIZA 1996, D & E 1998, Díaz y Lamoth
1998, Dinham 1995, 1993, FASE 1996, 1993, García 1997, González
et al. 1995, Hanson 1994, McConnell 1988, Reyes- Boquiren y
Regpala 1995, Seefoó 1998, 1997, Thiam 1995, Widjanarka et
al. 1995). A pesar de que en la actualidad existen opciones de
productos menos peligrosos desde el punto de vista toxicológico para
el usuario y el ambiente, la mayoría de estos son más costosos que
los plaguicidas convencionales, por tanto, los usuarios suelen optar
por los productos más baratos. En ocasiones, los productos
alternativos no se registran en países en desarrollo porque las
empresas estiman que no tendrá mercado. Sobre este particular, la
industria alemana de producción de plaguicidas justifica la
utilización del DDT en los países en desarrollo, dado su menor costo
(IVA 1996).
n)
Facilidades para la adquisición de plaguicidas, inclusive, los de
reconocida peligrocidad pueden conseguirse en el mercado sin
restricciones (Dinham 1993). También los plaguicidas prohibidos o
restringidos, se pueden conseguir en el mercado negro (González
et al. 1995, Rogg 1998, 1997, Thiam 1995, Widjanarka et
al. 1995). La disponibilidad de los mismos a precios reducidos
comparado con otros, y la eficacia reconocida por parte de los
usuarios, son los principales factores que estimulan este tipo de
comercio.
En algunos países en desarrollo no existen normas
ni mecanismos de control de calidad de los plaguicidas
comercializados y, aún en algunos de los que tienen normativas, las
medidas de control por parte de las entidades estatales no son muy
eficientes. Esta situación facilita la entrada, comercialización y
uso de productos con fórmulas y concentraciones diferentes a las
especificadas en las etiquetas, en mal estado, falsificadas o con
etiquetas incorrectas (Dinham 1995, Dreyer y Bodzian 1997, Dreyer
et al. s.f., García 1997, González et al. 1995,
Knirsch 1993).
ñ)
Incomodidad de las ropas y del equipo protector recomendado,
especialmente en condiciones de clima cálido y húmedo, donde la
temperatura ambiental alcanza 40°C (Bull 1989, Cropper 1994, D &
E 1998, McConnell y Hruska 1993, OIT 1994, 1993, Thrupp 1990,
Zilberman y Castillo 1994).
o)
Necesidades económicas determinan la edad temprana a
la que ingresan a trabajar las personas en estos países, donde los
salarios y las condiciones de contratación y seguridad social son
mínimos o inexistentes (CENTROAMERICA... 1996 y URUGUAY... 1996,
Avalos 1998, Cole et al. 1988a y b, Collins y Lear 1995,
Gamboa y Cartagena 1996, ILO-UNICEF 1997, McConnell y Hruska 1993,
Mora 1998, Reyes-Boquiren y Regpala 1995, Seefoó 1997, Vargas 1997).
Al respecto, la Convención de los Derechos del Niño establece como
edad mínima de trabajo los 15 años. Sin embargo, a pesar de que esta
ha sido ratificada por todos los gobiernos centroamericanos, estos
no han adecuado su legislación a los compromisos suscritos
(CENTROAMERICA... 1996a).
La OIT indica que en algunos países en desarrollo,
casi la tercera parte de la fuerza de trabajo agrícola está
compuesta por niños. Esta situación no se circunscribe de ningún
modo los países en desarrollo, porque familias de trabajadores
inmigrantes, incluyendo los niños, ayudan a plantar y a cosechar las
frutas y los vegetales de paíes industrializados (UFWA 1992, van den
Bosch 1993). En muchos de estos casos las jornadas laborales son de
8 a 12 h diarias, en lugares alejados del abastecimiento de agua
limpia y otras comodidades mínimas. Como los niños han ayudado
tradicionalmente a la familia en los trabajos del campo, las medidas
legislativas destinadas a protegerlos del trabajo nocivo -en
fábricas, minas y otras industrias- usualmente no han incluido la
agricultura, convirtiendo así a los niños trabajadores en
agricultura en los menos protegidos de todos (UNICEF 1997). La
situación descrita es también cierta para la producción de ciertos
cultivos para los mercados nacionales y regionales como son las
hortalizas.
Como consecuencia de lo anterior, así como por los
accidentes domésticos, los menores en países en desarrollo se
encuentran más expuestos a los riesgos de intoxicaciones asociados
al uso de los plaguicidas. Así, por ejemplo, en Costa Rica, entre
1982 y 1997, el Centro Nacional de Control de Intoxicaciones informó
de la intoxicación de 5879 personas menores de 18 años, lo cual
representa el 38% del total de intoxicaciones registradas durante
esos años (Quirós 1998, Quirós et al. 1994).
p)
Condiciones culturales como el machismo predisponen a los usuarios
de estos productos a manipularlos de manera temeraria e imprudente,
con un sentido de omnipotencia, subestimando los riesgos asociados a
su uso (Alvarez 1998, Mojica 1998). Otra de las razones que inducen
a los usuarios a no utilizar la indumentaria de protección personal
cuando manipulan plaguicidas, es el temor a ser ridiculizados por la
vestimenta.
Seefoó (1997) señala la existencia de un número de
factores de tipo cultural que predisponen a los trabajadores a tener
una baja percepción del riesgo. Entre estos factores está el fomento
de la creencia, por parte de algunos patronos, sobre la inocuidad de
los plaguicidas. Esta baja percepción del riesgo predispone al
trabajador a no tomar las precausiones necesarias para la inminente
exposición a estos productos. Luhmann (citado por Seefoó 1997)
destaca que..."la evaluación del riesgo y la disposición a aceptarlo
no es un problema síquico sino, un problema social. Uno se comporta
tal como lo esperan los grupos de referencia relevantes, o tal como
uno ha sido socializado -sea de acuerdo con la opinión comúnmente
aceptada o contra ella...". De lo anterior se demuestra la
importancia de conocer la percepción del riesgo, entendida como un
conjunto de sensaciones estructuradas a manera de una totalidad
según los diferentes marcos de valores de los trabajadores y
patronos, para llegar a entender su comportamiento en el trabajo
diario, así como su indisposición para prevenir los posibles riesgos
(Seefoó 1997).
q)
Condiciones topográficas, tipo de agricultores y de
agricultura más común en los trópicos. En muchos de los países en
desarrollo, el principal medio para la aplicación de plaguicidas son
equipos de aspersión manual, que conlleva a un mayor riesgo de
exposición para el usuario.
r) Años
de intensa propaganda a favor de la agricultura industrial crearon
la sensación de que los plaguicidas no son tóxicos (URUGUAY...
1998). Además, el contenido de la información en las etiquetas
promocionales, anuncios u hojas sueltas con propaganda sobre los
productos es, en ocasiones, confuso, incompleto, equivocado, falso,
en otro idioma, en letra muy pequeña o con términos técnicos de
difícil comprensión para la mayoría de los usuarios (Dinham 1993,
García 1997, GTZ 1998, Knirsch 1993, OIT 1994, 1993, Seefoó 1997,
Selcraig 1991, Thrupp 1990, Vereno 1997).
En varios países en desarrollo existen laboratorios
de análisis de calidad de estos productos, no obstante, estos
laboratorios solo pueden analizar cantidades muy limitadas de las
muestras, dejando una incertidumbre al respecto de gran número de
agroquímicos.
Lo mismo sucede con los llamados ingredientes
inertes (i.i.), donde con pocas excepciones, no se especifica su
nombre. En comparación con los llamados "ingredientes activos", es
muy poco lo que se conoce con respecto a la toxicología, dinámica y
posibles efectos negativos en el ambiente de estos productos no
identificadas que, sumadas, a menudo constituyen 95% o más (hasta
99,9%) del contenido de las formulaciones comerciales de los
plaguicidas de la última generación (Arden 1991, Cox 1997, 1992,
Dugan 1992, Grier 1992a y b, Knight 1997, Pegg 1992, Small
1997).
En 1987, la EPA anunció su intención de enfrentar
este problema. Sin embargo, después de una década, la situación ha
empeorado aumentando en un 122% los ingredientes inertes
clasificados por la EPA como de toxicidad desconocida (Marquardt
et al. 1998).
Al respecto cabe la pregunta: ¿Cómo puede evaluarse
la exposición a estos tóxicos cuando no se conoce qué son, ni en qué
cantidad se están utilizando? ¿Qué tan seguro puede ser el manejo de
los plaguicidas bajo estas circunstancias? Sobre este particular,
algunas compañías fabricantes consideran esta información como
secreta.
s) Una
situación preocupante es la práctica común del reenvase o reempaque
de plaguicidas, incluso en recipientes inapropiados, por parte de
los pequeños comercios y de los mismos usuarios. Con esto no se
garantiza la identificación adecuada del producto con sus
respectivas precauciones y advertencias de uso ni su homogeneidad.
Por lo general, a estos productos no se les colocan etiquetas
adecuadas y se le comercializa incluso en empaques o recipientes sin
ningún tipo de identificación (Dreyer y Bodzian 1997, Dreyer et
al. s.f., Knirsch 1993, Rogg 1998, 1997).
t) El
acceso a la información toxicológica sobre los diferentes
componentes de las formulaciones de plaguicidas (ingredientes
activos, ingredientes "inertes" y coadyuvantes), así como la
referente a su dinámica y efectos colaterales indeseables sobre el
ambiente es difícil y con frecuencia inaccesible, tanto para los
profesionales que recomiendan los productos, como para la mayoría de
los usuarios directos y los consumidores de alimentos tratados con
plaguicidas (D & E 1998, Dinham 1995, Knirsch 1993). Esto
también sucede con la información sobre la toxicodinámica de los
plaguicidas y el tratamiento adecuado de las intoxicaciones por
parte del personal médico. A pesar de que los fabricantes de estos
productos señalan que se han realizado gran cantidad de pruebas
toxicológicas en diversos organismos , así como de los altos
costos que estas implican, la mayor parte de esta información es
difícil de conseguir y la poca información disponible está en otros
idiomas o en un español confuso, producto de malas traducciones.
Al respecto, es importante destacar que una
investigación realizada por la Academia Nacional de Ciencias de los
EE.UU. reveló que únicamente existen datos toxicológicos suficientes
para 10% de los ingredientes activos comercializados como
plaguicidas. Para 52% la información es incompleta y para los 38%
restantes no hay información toxicológica disponible (García
1997).
u)
Dificultades para deshacerse de los desechos de plaguicidas, así
como de los plaguicidas prohibidos o en mal estado (COTESU-PROFIZA
1996, Díaz y Lamoth 1998, Dinham 1995 1993, García 1997, van der
Wulp 1993). En los países en desarrollo se acumulan grandes
cantidades de plaguicidas prohibidos en los países desarrollados,
así como contaminados, en mal estado o con especificaciones falsas o
fuera de las normas estipuladas (Davis 1998, 1996, Dinham 1995,
Dreyer et al. s.f., FAO 1998, García 1997, Gómez 1995, GTZ
1998, 1996, Jungbluth 1996, Kern y Vaagt 1996, Rwazo 1997, TPT 1998,
van der Wulp 1993, Vereno 1997, Wodageneh y van der Wulp 1996). Se
estima que existen más de 100 mil ton de plaguicidas acumulados en
los países en desarrollo (Davis 1998, FAO 1998, FAO citada por Rwazo
1997, TPT 1998). Si bien es cierto que existen las posibilidades
técnicas para manejar estos problemas, esto tiene un costo que en la
mayoría de los casos no es cubierto por parte de las grandes
plantaciones y la industria de los químicos. Al respecto, la FAO
estima que en Africa existen de 20 a 30 mil ton de plaguicidas en
mal estado y que los costos para deshacerse de estos podría alcanzar
los US$150 millones. Una de las técnicas recomendadas para la
destrucción de este tipo de desechos es la incineración; sin
embargo, el costo por ton es de US$3000 a 5000/ton (FAO 1998, FAO
citada por Rwazo 1997, TPT 1998, van der Wulp 1993).
v)
Problemas para eliminar adecuadamente los envases de los plaguicidas
por falta de centros de acopio específicos, políticas (incentivos),
educación suficiente y directrices oficiales en la mayoría de los
países en desarrollo. La necesidad de la población de contar con
recipientes, hace que algunas personas usen los envases de plástico
y metal de cierto tamaño para almacenar o transportar agua de
consumo o granos cosechados. Esto es más común cuando los envases
son atractivos, prácticos y de buena calidad (URUGUAY... 1998,
COTESU- PROFIZA 1996, Knirsch 1993, Vaughan 1993).
w) El
sistema de educación y extensión convencional utilizado en las
últimas décadas ha hecho creer a muchos profesionales y agricultores
que la agricultura moderna consiste en la adopción de los paquetes
tecnológicos difundidos por la revolución verde, menospreciando el
valor de las prácticas tradicionales, que son el resultado de la
capacidad de observación, análisis y práctica de las generaciones
pasadas y presentes. Con este sistema se considera al agricultor
como un receptor y practicante de tecnologías validadas en otras
realidades. Los agricultores en algunas ocasiones son convencidos
por los vendedores de plaguicidas, siguen las recomendaciones sobre
productos, mezclas y dosis a utilizar dadas por quienes no siempre
tienen la preparación necesaria en esta materia (García 1997,
Reyes-Boquiren y Regpala 1995, Rogg 1998). La venta de productos sin
la preparación adecuada o con el objetivo de aumentar utilidades, no
considera los efectos colaterales indeseables que pueden resultar
para la producción, el ambiente y los consumidores, así como para la
economía del país por concepto de gastos en divisas y las
externalidades involucradas en las intoxicaciones por plaguicidas
(tratamiento médico, días de trabajo perdidos e incapacidades entre
otras).
x) Por
lo general, los cursos en manejo de plaguicidas hacen énfasis en las
prácticas de manejo de estos productos, sin mencionar los posibles
efectos sobre la salud de los usuarios, los consumidores y el
ambiente, a mediano y largo plazo, o solo se mencionan estos de una
manera muy somera (Antle y Capalbo 1994). En ocasiones se utilizan
materiales didácticos que no corresponden a la realidad de los
educandos. Además, se carece de seguimiento y continuidad en las
campañas de capacitación.
y) La
limitación de la oferta de estos productos, y la disponibilidad en
el lugar donde se adquieren (Knirsch 1993). La falta de un producto
químico específico hace que el usuario termine comprando el que
recomienda el expendedor. No obstante, a pesar de que en algunos
países los dependientes de los expendios deben tener una licencia,
lo cierto es que los conocimientos de éstos, en muchos casos, se
limitan a la información de la etiqueta o la dada por los agentes
vendedores de estos productos.
z)
Exigencias excesivas de los mercados en cuanto a la calidad estética
de los productos agrícolas. Esto obliga a los productores a tratar
de lograr agrosistemas asépticos mediante el uso de plaguicidas para
obtener productos destinados a la exportación. En los países en
desarrollo este sector es el principal consumidor de plaguicidas
(García 1997).
Además si se contabilizaran los recursos económicos
y humanos requeridos por el manejo recomendado para estos productos
y los cursos de capacitación sobre un manejo seguro, se revelaría
que estos son altos. Esto está en contraposición con los tiempos
actuales, donde el "tiempo es oro" y hay que ser lo más eficiente
posible, entendiendo eficiencia como cubrir con plaguicidas la mayor
área, en el menor tiempo posible y con los menores costos (no hay
que olvidar que tanto los equipos de protección como las labores de
mantenimiento de éstos y los equipos de aplicación implican
necesariamente costos de tiempo y dinero). Esto es especialmente
cierto para los aplicadores de plaguicidas en las grandes fincas,
donde a menudo el salario de los mismos depende del área aplicada
durante la jornada de trabajo (OIT 1994).